Convertida en icono del fútbol español, la historia de Jenni Hermoso tiene muchos matices y aristas. Como su doloroso e inspirador camino desde Sídney a Sevilla, pasando por Madrid y el Tigres, en México. De la final del Mundial a la de la Nations League que se disputa este miércoles en La Cartuja (contra Francia, a las 19.00, en La1) y en la que España persigue otro título, continental esta vez. En estos meses, de agosto a febrero, la futbolista, de 33 años y original del humilde barrio madrileño de Carabanchel ha protagonizado portadas de revistas (pocas porque se ha prodigado poco entre la prensa), programas de televisión (hasta fue invitada por TVE1 para dar las Campanadas de Nochevieja) y ha sido incluida en una lista de las mujeres más influyentes del mundo en 2023, junto a otras 25 figuras de la talla de Margot Robbie, Beyoncé, Coco Gauff o Ursula von der Leyen. Pero no han sido todo sonrisas (amplia la suya) y brilli brilli. “Tengo la suerte de volver a jugar otra final después de seis meses muy largos. Hoy disfruto del fútbol y de los partidos con la selección. Compito por España para ganar otro torneo. Estoy feliz. El fútbol me sigue dando la vida que necesito”, dijo este martes desde Sevilla.
Jenni es, según diversas fuentes, una mujer frágil, permeable a la crítica externa y los consejos de sus amigas; también es extrovertida y dulce, risueña. Una persona sencilla, orgullosa de ser de barrio. De familia humilde, con la formación justa y sin inquietudes culturales. Que se ha ido alimentando de la fama que le ha dado el fútbol. “Ella flota por la vida, es feliz y asume lo que viene”, señala una voz vinculada a la Real Federación Española de Fútbol (RFEF). Hasta el 20 de agosto, hasta aquella final que gana España y que pronto queda manchada por un gesto reprobable, Hermoso “tenía una relación muy buena con Rubiales, de mamoneo y tontería”, cuentan las mismas fuentes. Es más, ella, que fue una de las primeras en pedir volver a la selección tras la renuncia colectiva de las 15, se sintió arropada y protegida por el presidente y su entorno. Quizá por todo eso le costó asumir que no era ni tolerable, ni adecuado, que el entonces máximo mandatario de la RFEF le plantara un beso en los morros en pleno acto de entrega de medallas a la campeona del mundo. Pero lo que ella no vio, pese a la incomodidad que sintió por aquel beso no deseado, pese a aquel “pues vale” que soltó instantes después en un directo en redes sociales, lo vieron sus compañeras. Sus amigas. Especialmente dos de las veteranas del equipo: Alexia Putellas (a quien había estado muy unida y cuya relación reflotó en Australia y Nueva Zelanda) e Irene Paredes, sentadas una junto a la otra en el avión de vuelta a España.
Putellas y Paredes asumieron rápidamente dos cosas: que aquel gesto era intolerable, una muestra de agresión sexual y abuso de poder; pero también que denunciarlo con contundencia les ayudaría a reforzar su mensaje y las quejas que un año antes habían pasado casi desapercibidas: que trabajaban en un ambiente poco sano y poco profesional; que no les gustaban las formas del seleccionador, Jorge Vilda (ese al que Rubiales le dedicó un gesto obsceno desde el palco: aquel “por tus cojones”) y que la federación necesitaba un cambio de aires y una sacudida a sus estructuras y valores. En ello están todavía. Aunque, como consecuencia, ya salieron por la puerta tanto Rubiales, como Vilda, además de algún que otro cargo señalado por las futbolistas, que lideradas por las dos veteranas y en nombre de Hermoso, dieron una imagen rotunda de unidad y consiguieron sacudir los cimientos de la ciudad del fútbol de Las Rozas.
Pero aquellos primeros días de entrenos con la selección después del tsunami que provocó el beso de Rubiales, los de la tolerancia cero y el #seacabó avanzaron sin Jenni Hermoso, descartada de la primera convocatoria de la nueva seleccionadora, Montse Tomé, que dijo querer protegerla. “¿Protegerme de qué o de quién?”, respondió ella. Su ausencia, además, caló en el vestuario. Y en la relación con Tomé, que la volvió a incluir para la siguiente cita. Hubo conversaciones incómodas. Que han dado resultado. “Soy feliz”, insiste Jenni hoy. Y explica cómo fue su regreso: “Yo fui clara. Y mi parte ya se la comuniqué a ellos. Nunca lo entendí, nunca lo entenderé. Me dolió y me sigue doliendo; y se va a quedar ahí, pero ya pasó. Sigo estando aquí, sigo defendiendo este escudo y a esta selección. Para mí lo más importante es que pueda seguir defendiendo esta camiseta”.
Hermoso, que había denunciado a Rubiales, –será juzgado por ese beso no consentido–, vivió un calvario entre aquellas celebraciones en Sídney botella de cava en mano y los partidos definitivos que han terminado por traer a la selección española a esta final de la Nations League. A las supuestas presiones –deberán ser probadas también ante el juez– de Vilda o Albert Luque, director de fútbol de la federación, se han sumado los mensajes y las críticas a través de las redes sociales, y la dificultad de volver a ponerse bajo el foco solo por motivos deportivos.
La denuncia pública y la crisis posterior en la federación le han pasado factura a Hermoso, en ocasiones convertida en una marioneta por la causa.
Se empezó a liberar en el vestuario. Poco a poco. La primera vez que regresó a Las Rozas pasado el verano se la veía bastante afligida. “No era la Jenni de siempre”, cuenta una voz autorizada del vestuario. Sabía que era el foco de atención y no tenía muy claro cómo actuar, ni si debía hablar o no ante los medios. “La verdad es que me da cosa…, no sé bien qué tengo que hacer”, señalaba por entonces. Y solo habló para la televisión después de marcar el gol ante Italia que valía el billete para esta Final Four que debe decidirse este miércoles contra Francia.
n estas semanas se ha ido exponiendo más. Como tras la victoria ante Países Bajos en semifinales y la clasificación para París 2024, que selló con un golazo la madrileña. “He gritado mucho, he soltado muchas emociones en un día muy importante. Desde pequeñas soñábamos con algo así, estar en un Juegos”, se arrancó la 10 de La Roja, que minutos antes abría los brazos para llevarse el aliento de la afición de La Cartuja, donde estaba su familia y amigas, también el abrazo de todas las compañeras sobre el tapete. Se emocionaba al recordarlo. “Me cuesta mucho llorar, pero cuando lo saco… es porque tengo mucho dentro”, se confesaba. Y cuando le preguntaron a quién dedicaba el gol, respondió con un discurso de reivindicación personal: “He pensado en mí, en el tiempo que he estado trabajando mental y físicamente para disputar un partido de alto nivel, me dedico el gol y el triunfo”, subrayó.
Este martes volvió a salir a la palestra. Y reconoció que el Mundial la cambió. Como persona y como futbolista: “Ha sido un proceso largo, duro, de entender muchas cosas. He aprendido mucho, soy una chica más fuerte. Me siento orgullosa de todo lo que he hecho a día de hoy”.
Jenni es una jugadora especial. “Con una calidad innata y un estilo de juego muy diferencial con balón. Es muy difícil de defender en el uno contra uno y en espacios reducidos. Protege muy bien el balón y se asocia con gran habilidad. Además, tiene buen último pase y gol”, la define un ojeador de la selección. Cuentan fuentes federativas que estar en México le sienta muy bien. Está más feliz. Dejó el Barcelona en verano de 2022 con menos complicidades en el vestuario de las que había tenido hasta entonces y se fue a México. “Mi prioridad es ser feliz y que me valoren”, dijo. Tras esa salida abrupta del club azulgrana y después de perderse la Eurocopa en julio del mismo año por una lesión de rodilla quiso enchufarse para volver con España, antes que ninguna de las 15. Jugó y ganó el Mundial. Se convirtió en la imagen del fútbol español. Tuvo algún que otro bajón, pero nuevas rutinas y un magnífico estado de forma la han traído a esta otra final. Es “la mejor mediopunta del mundo”, llegó a decir de ella Vilda antes del Mundial, la máxima goleadora del equipo y la única en alcanzar la barrera de los 50 tantos.
“Polivalente en el campo”, así la ven sus compañeras, que disfrutan de su alegría en las concentraciones –es la encargada de poner la música y la primera dispuesta a echarse unos bailes– y de su fútbol sobre el verde: “Tiene una zurda espectacular y puede jugar donde quiera porque calidad le sobra”, señala Olga Carmona. “Como las mejores, encaja en cualquier sitio. Es increíble”, añade Misa, una de sus grandes amigas en el vestuario, además de Alexia o Laia Codina. “Aporta mucha seguridad, tiene mucha movilidad, el último pase, mantiene el balón. Nos da mucha variedad de juego”, interviene Alba Redondo. “Tiene una calidad inmensa, gol, pase, visión, aguanta la pelota, es una gran jugadora. Es un orgullo tenerla con nosotros”, cierra Tere Abelleira.
Su trayectoria va de la mano de las de Putellas y Paredes. Son las internacionales con más partidos: 113 partidos para Alexia; 111, Jenni; 102, Irene. Las dinosaurias, se hacen llamar. Con ellas empezó todo, las primeras clasificaciones para Mundiales y Eurocopas hace ya nueve años; y esta revolución que culminará hoy quién sabe si con otro título. “Si ganamos España habrá vuelto a hacer historia, que se hable de eso, que las futbolistas sigan avanzando, mirando al futuro. Y que las jóvenes nos vean como un ejemplo a seguir”. Es el deseo de Jenni Hermoso.
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