El alpinismo tomó un rumbo nuevo e inesperado la semana pasada. Rejuveneció, se reinventó, dibujó un salto en el tiempo que desde ya mismo será una fuente de motivación para las generaciones que habiten un futuro que se prevé mágico. Cuesta un mundo romper con lo establecido, derribar los muros que ha construido el alpinismo, su historia: siempre existe el miedo a estrellarse, especialmente cuando los errores de apreciación se pagan con la vida. No cambian los escenarios, pero sí la forma de observarlos. Con un nudo en el estómago, con esperanza, dudas y miedos, los franceses Benjamin Védrines (atleta de The North Face, 31 años) y Léo Billon (Grupo Militar de Alta Montaña, 31 años) arrancaron desde Chamonix el sábado pasado con la idea de escalar tres vías de extrema dificultad técnica en tres escenarios legendarios: Los Dru, la cara norte de las Droites y la norte de las Grandes Jorasses.
Escogieron vías severas, con una media de 1.000 metros de desnivel, terreno mixto de roca y hielo, en pleno invierno… y las escalaron a toda velocidad, pero no de cualquier manera: cuidaron al máximo su seguridad, no emplearon técnicas específicas para avanzar más rápido pero de forma aleatoria. Escalaron según los cánones clásicos, dejando que su enorme experiencia les permitiese limar tiempo al tiempo. Solo que correr en este tipo de terreno tan complejo es algo que nunca se había visto. Y hacerlo en 72 horas frenéticas remite directamente a un cambio de registro solo al alcance de auténticos visionarios.
Sus horarios rompen todos los registros conocidos hasta la fecha. Solo en la vía No siesta a las Grandes Jorasses (la más compleja e intimidante de las tres) invirtieron apenas 12 horas. El mejor registro conocido era de dos días en la pared y a cargo de alpinistas con pedigrí sumamente respetados. “Y lo más alucinantes es que si hubiéramos encontrado la ruta en buenas condiciones, con más hielo, y si no nos hubiésemos perdido, habríamos rebajado el tiempo cuatro horas”, confiesa Védrines en conversación telefónica. En tres días de escalada de alta tensión, solo cometieron un error: ambos sujetaron con la boca un mosquetón congelado y el frío les arrancó la piel de los labios. Una bobada que ilustra, sin embargo, su enorme capacidad de concentración, su resistencia al cansancio psíquico, al miedo a sufrir una caída, su lucha contra el estrés, el deseo de salir al fin de la severidad de un mundo helado, hostil, un escenario forjado por los mitos del alpinismo.
De la mano de Védrines, la velocidad ha tomado otro significado: su fortaleza física es, sencillamente, desconcertante. Con Billon, la dificultad técnica deberá redefinirse: en lo más alto de la escala actual, ni siquiera se altera. Juntos, son Terray y Lachenal, o su versión revisada y actualizada medio siglo después. Su viaje a lo desconocido arrancó el sábado pasado en el Dru, donde escalaron la Vía de los Guías en 10 horas y en libre, es decir sin agarrarse o colgarse de los seguros que colocan para frenar una posible caída. Nadie la había escalado antes en libre y mucho menos en una jornada. Sorprendidos por la facilidad con la que resolvieron el primer objetivo, salieron disparados hacia la norte de las Droites. Si habían planeado descansar un día, cambiaron de opinión: no estaban cansados. Al día siguiente, apenas precisaron siete horas y cuarto para plantarse en la cima de las Droites, dejando atrás la exigente vía Rhem-Vimal. Entonces sí, se dijeron que podían soñar en completar la trilogía en apenas tres días, es decir tres jornadas menos de lo soñado inicialmente. Solo que las Grandes Jorasses suponen el escenario más siniestro y severo del macizo. “Pensábamos que, como todos habían pasado varios días para escalar estas vías, hacerlo en un solo día sería imposible”, explica Védrines. No imaginaba (nadie podía hacerlo) que les iba a sobrar la mitad del día.
Las trilogías, como los encadenamientos de ascensiones, son un clásico en la historia del alpinismo, y hasta la fecha ninguna podía compararse, en términos de osadía, a la firmada por el francés Christophe Profit en marzo de 1987: en apenas 42 horas encadenó las caras norte clásicas de las Grandes Jorasses, del Eiger y del Cervino, uniendo ambas montañas mediante vuelos en parapente y de helicóptero. Escaló solo, sin cuerda. Vigilando de cerca de su rival Eric Escoffier, empeñado en ser el primero. Su gesta fue el pistoletazo de salida al concepto “rápido y ligero”. Védrines y Billon acaban de añadir un adjetivo a la fórmula que sigue siendo “rápido, ligero y (muy, muy) técnico”. Védrines es un verdadero adicto a este tipo de ascensiones y empezó con ellas en el Vercors: “Siempre me gustó crear mis propias historias. Libres”, reconoce con una voz que no denota ambición alguna, sino naturalidad. “Queremos innovar pero no para la galería, sino como una necesidad propia, queremos hacer cosas que aún no hayamos hecho. Perseguimos una cierta progresión, retos más difíciles que puedan estimularnos no solo como deportistas sino como personas”, observa.
Escaladores profesionales
Y la necesidad de no caer en el bucle de la repetición, en el conformismo, les ha llevado, sencillamente a reescribir la historia: “Efectivamente, hemos ido más allá de lo que ya se había hecho, y es gratificante, pero no es eso lo que nos llena. Lo que nos alimenta es el sentimiento de estar en un plano en el que debemos enfrentarnos a lo desconocido. Y esa progresión depende de nuestra imaginación y pasión. No sabemos dónde vamos a detenernos. Por mi parte, espero parar en el momento adecuado porque ya siento que estoy cerca de sentirme totalmente realizado como alpinista; si bien, me quedan muchos sueños por realizar”.
Dicho esto, Védrines está convencido de que el margen de progresión en el alpinismo es enorme: en esta disciplina “hay muy poco atleta de alto nivel. Muy poca gente se entrena de verdad para encarar proyectos de alpinismo. Estamos en la génesis del alpinismo de alto nivel, pero queda mucho trabajo por delante”. Ambos se reconocen complementarios: Védrines es un atleta superdotado y Billon un escalador de una calidad técnica superlativa. Juntos suman tanto que reconocen que les costaría encontrar un compañero mejor. Al final del viaje, en la cima de las Grandes Jorasses, frente a un descenso tan largo como complicado por la vertiente italiana, ambos reconocen un hecho que les reconforta y les ayuda a seguir soñando nuevas travesuras: no están físicamente acabados, tienen margen físico y psicológico. Están en la cima de un escenario que ha regalado un enorme puñado de relatos trágicos, heroicos, pero que pertenecen al pasado. El nuevo alpinismo se alimenta de sueños, como ayer, pero también de horas de trabajo eficaz. “El futuro deja presagiar cosas bonitas”, se felicita Védrines.
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