“No sabemos aún los detalles de lo que ha acontecido, pero lo que sí sabemos de momento es que parece que civiles han resultado heridos y muertos tratando de obtener comida para sus hijos gravemente desnutridos. Eso no puede suceder”. Samantha Power, la responsable del departamento de ayuda humanitaria de Estados Unidos (Usaid), se encontraba este jueves en la ciudad cisjordana de Ramala, analizando la crisis humanitaria en la Franja, cuando comenzaron las imágenes y versiones contradictorias sobre la muerte de más de 100 personas en torno a un convoy de ayuda. En la rueda de prensa, rehusó entrar en lo que sigue sin estar claro ―cuántos civiles desarmados murieron por disparos de soldados israelíes (que se sintieron amenazados cuando se acercaron a los tanques, según la versión del ejército israelí) y cuántos aplastados por camiones―, sino que fue al contexto: todos ellos perseguían al convoy porque tienen hambre, y eso no es fruto de un desastre natural.
Dos días más tarde, este sábado, Estados Unidos ha lanzado por primera vez ayuda humanitaria sobre Gaza desde el aire. Han sido más de 38.000 raciones de alimentos, a lo largo de la costa mediterránea, que fueron transportadas por aviones militares C-130, ha informado el Comando Central de Estados Unidos (Centcom). “Son parte de un esfuerzo continuo por introducir más ayuda en Gaza, incluido aumentar el flujo de ayuda a través de corredores terrestres y carreteras”, ha señalado.
Ha sido en cooperación con las Fuerzas Armadas de Jordania, otro de los países que viene recurriendo a la vía aérea en las últimas semanas, como Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Francia. Israel controla el espacio aéreo de Gaza (ya lo hacía antes de la guerra), así que cualquier descarga de ayuda humanitaria precisa su luz verde, igual que sucede con la que entra por tierra desde Egipto.
La decisión de Estados Unidos no supone solo un reconocimiento de la gravedad de la situación. También de un fracaso. De la necesidad de un atajo de urgencia ante las restricciones israelíes y del cuello de botella en la entrada y distribución por tierra de la ayuda, que se ha ido formando por distintos motivos, hasta reducir la semana pasada la media de camiones por día a 97. Es la mitad que en enero y 400 menos de los que las organizaciones humanitarias consideran imprescindibles para afrontar la crisis humanitaria. Lo admitía la propia Power en Ramala: “Quiero ser clara. Esto no va de aumentar en cinco o diez el número diario de camiones, sino de inundar la zona de ayuda, con enormes cantidades de comida, medicamentos y refugio a la gente que lo necesita”.
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Jeremy Konyndyk, presidente de Refugees International, ONG estadounidense dedicada a apoyar a desplazados, refugiados y apátridas, no critica que se recurra a la vía aérea, sino “por qué se hace”. “Es un reflejo de la cantidad de obstrucciones puestas por el Gobierno israelí a la entrada de ayuda”, señala por teléfono. Konyndyk, que dirigió la división humanitaria de Usaid con el Gobierno de Barack Obama, recuerda que él mismo aprobó descargas así en otras crisis, cuando era imposible o muy costoso repartir la ayuda por tierra. Pero insiste en que debe ser el “ultimísimo recurso” y, por motivos técnicos, no porque Israel haya hecho “casi imposible” introducirla por otros medios. El envío de este sábado, añade, solo supone “una parte del aporte calórico diario para una parte de la población”.
El alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, se ha expresado en un sentido similar. “Los lanzamientos desde el aire deberían ser la solución de último recurso, porque su impacto es mínimo y no exento de riesgos para los civiles”, ha señalado en un comunicado. Borrell ha condenado “las restricciones impuestas por Israel a la entrada de ayuda humanitaria y a la apertura de puntos fronterizos” y le ha exhortado a “retirar de inmediato los obstáculos en el cruce de Kerem Shalom [donde se inspecciona], abrir el acceso en el norte a los cruces de Karni y Erez, abrir el puerto de Ashdod a ayuda humanitaria y permitir un corredor humanitario directo desde Jordania”. Israel culpa del cuello de botella a la ineficiencia de la ONU para introducir y distribuir la ayuda.
Fila de camiones
En Egipto, una fila interminable de camiones espera durante días a recibir la luz verde para cruzar. Es el único país desde el que entra la ayuda. Por motivos políticos, Israel mantiene cerrado el punto natural y por el que lo hacía antes de la guerra: el puerto de Ashdod, a 40 kilómetros de la Franja.
En el cuello de botella confluyen varios factores. Por un lado, solo abren dos cruces y en un horario determinado. Israel hace en otro una inspección exhaustiva de los cargamentos, ya que teme que la ayuda beneficie a Hamás. De hecho, rechaza la entrada de material (médico, por ejemplo) que considera de uso potencialmente armamentístico. Ya dentro, la ONU y las ONG tienen dificultades para que los camiones vayan escoltados o para guardar la ayuda (algunos almacenes han sido bombardeados; otros albergan desplazados). Tanto ciudadanos hambrientos como mafias que buscan revenderlos en el mercado están asaltando los convoyes. Y avanzar es penoso, por la inmensa destrucción de las carreteras provocada por el avance del ejército.
La tragedia del camión, uno de los episodios más impactantes en los casi cinco meses de guerra en Gaza, “subraya la urgencia de concluir las negociaciones lo antes posible y aumentar el flujo de asistencia humanitaria para Gaza”, según coincidieron el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y líderes de árabes en un encuentro ese mismo día, indicó la Casa Blanca.
Las negociaciones que menciona son las que Israel y Hamás mantienen para acordar un segundo canje de rehenes israelíes por presos palestinos y un incremento de la ayuda humanitaria durante seis semanas de tregua. Este domingo habrá un encuentro en Egipto, uno de los países mediadores. Su ministro de Exteriores, Sameh Shukry, se ha mostrado este sábado “esperanzado” de cerrar un acuerdo la próxima semana, antes de que comience el mes sagrado musulmán de Ramadán. “Todo el mundo es consciente de que tenemos un tiempo limitado para tener éxito antes de que comience Ramadán”, señaló Shukry en un foro en Turquía.
Es el consenso que se ha ido forjando en los últimos días: el acuerdo debe cerrarse antes de Ramadán, que empieza este año el 10 u 11 de marzo. Son fechas caracterizadas por la alegría, en las que las calles se llenan de noche ―después de la ruptura del ayuno― de gente, comida y dulces. Sería un momento perfecto para dar a Gaza una pausa en los bombardeos y en el desplazamiento forzoso, y un extra de ayuda humanitaria; y a Cisjordania y Jerusalén Este, imágenes de presos excarcelados abrazando de nuevo a sus familias.
Hay, además, otra mirada al Ramadán. Es la que preocupa en Israel y le impulsa a acelerar las negociaciones. Es también cuando suelen aflorar tensiones en Oriente Próximo. Y este año hay muchas acumuladas. Ya el año pasado, se produjo el (entonces) mayor lanzamiento de cohetes contra Israel desde Líbano desde la guerra de 2006 con Hezbolá, después de que la policía penetrase con violencia dos veces en un lugar tan importante para los musulmanes como la Mezquita de Al Aqsa, en Jerusalén.
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