¿Qué papel juega la alimentación en el bienestar emocional?

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La conexión entre la dieta y el bienestar emocional ha cobrado importancia en los últimos diez años, motivada por avances científicos y el aumento del interés social en la salud mental. En este marco, investigar cómo la comida afecta no solo el funcionamiento físico sino también las emociones es esencial para entender el bienestar humano de forma integral.

La conexión fisiológica: más allá de los nutrientes

El cerebro humano necesita energía y nutrientes determinados para realizar sus procesos cognitivos y emocionales. Las neuronas se comunican mediante neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o el ácido gamma-aminobutírico, cuya producción y regulación están directamente afectadas por la alimentación.

Alimentos que contienen alto contenido de triptófano, como los plátanos, los huevos y las legumbres, apoyan la generación de serotonina, el neurotransmisor famoso por su influencia estabilizadora del humor. Una investigación difundida por la Universidad de Harvard reveló que personas con niveles bajos de triptófano presentan una mayor tendencia a la irritabilidad, el cansancio y la melancolía.

La deficiencia de vitamina B12 y ácido fólico, que se encuentran en verduras de hoja verde, carnes y productos lácteos, se ha asociado con la aparición de signos depresivos. Estudios en personas de edad avanzada han mostrado una relación entre niveles reducidos de estas vitaminas y el empeoramiento de la función ejecutiva así como la estabilidad emocional.

El eje intestino-cerebro: un canal bidireccional

Uno de los desarrollos más intrigantes en el ámbito de la ciencia de la nutrición es la identificación del eje intestino-cerebro. Esta red de comunicación incluye la microbiota del intestino, el sistema nervioso entérico y el cerebro, permitiendo que las bacterias del intestino puedan afectar el estado emocional.

La ingesta habitual de fibra, presente en frutas, cereales integrales y verduras, fomenta el crecimiento de bacterias beneficiosas, que a su vez producen ácidos grasos de cadena corta con propiedades antiinflamatorias. Se ha observado que una microbiota equilibrada reduce el riesgo de ansiedad y depresión.

En contraste, las dietas ricas en azúcares refinados y alimentos ultraprocesados modifican la composición de las bacterias, lo que podría llevar a un incremento de la inflamación sistémica y un deterioro de la salud mental. Una investigación del Instituto de Salud Global de Barcelona reveló que los adolescentes que consumen en exceso refrescos y productos de bollería industrial presentan niveles más altos de ansiedad y variaciones en el estado de ánimo.

Alimentación social y ritual: el impacto psicológico de comer en compañía

El acto de alimentarse no es solo un proceso biológico; también es profundamente social y cultural. Compartir las comidas fomenta lazos afectivos, reduce la sensación de soledad y proporciona estabilidad emocional. En distintas culturas, la sobremesa y las comidas familiares son rituales que fortalecen el sentido de pertenencia e identidad.

A lo largo de la pandemia de COVID-19, el confinamiento impactó los hábitos alimenticios, lo que resultó en un aumento de trastornos relacionados con la ansiedad y la depresión, de acuerdo con información recopilada en España por el Observatorio del Psicólogo General Sanitario. La falta de estos rituales sociales condujo a alteraciones negativas tanto en la alimentación como en el bienestar emocional de las personas.

El rol de los ultraprocesados y aditivos en la salud emocional

El incremento en la disponibilidad de alimentos ultraprocesados, que contienen altas cantidades de azúcares añadidos, grasas trans y aditivos sintéticos, ha coincidido con un alarmante incremento en las tasas de trastornos del estado de ánimo. El consumo excesivo de estos productos afecta los niveles de energía y la producción de neurotransmisores esenciales para el equilibrio mental.



Impacto de bebidas energéticas

Las bebidas energizantes y gaseosas con alto contenido de azúcar provocan incrementos bruscos de glucosa que causan sensaciones momentáneas de felicidad, seguidas de descensos repentinos relacionados con irritabilidad y cansancio. Según un meta-análisis de la Revista Española de Nutrición Humana y Dietética, estas fluctuaciones en los niveles de glucosa contribuyen al desarrollo de síntomas depresivos en jóvenes y adultos.


El valor de seguir hábitos alimenticios saludables

La dieta mediterránea ha sido analizada en numerosos estudios por sus beneficios para la salud mental. Con abundancia de frutas, vegetales, pescados, legumbres, granos enteros y aceite de oliva extra virgen, esta forma de alimentación ofrece una combinación equilibrada de nutrientes esenciales, antioxidantes y ácidos grasos omega-3. Las investigaciones del Hospital Clínic de Barcelona indican que las personas que siguen la dieta mediterránea tienen un riesgo reducido de sufrir depresión y ansiedad, incluso bajo condiciones de mucho estrés.

En contraposición, las dietas de estilo occidental, que se distinguen por un alto consumo de carnes procesadas, comidas fritas y azúcares refinados, tienden a vincularse con un aumento en la aparición de síntomas de depresión. Una investigación de cohorte llevada a cabo en la Universidad de Navarra con más de 10.000 participantes confirmó que las personas que mantenían menos una dieta saludable experimentaron una peor salud emocional a lo largo del tiempo.

Alimentación consciente: escuchar el cuerpo y las emociones

La nutrición consciente, una práctica con raíces en filosofías del Oriente y cada vez más popular en Occidente, promueve la atención total durante el consumo de alimentos. Esto incluye identificar la verdadera sensación de hambre, disfrutar plenamente de los sabores y notar cómo la comida afecta el estado emocional.

Las investigaciones en terapias basadas en mindfulness han demostrado que la alimentación consciente contribuye a reducir la ansiedad y mejora la relación con la comida, facilitando la autorregulación emocional y previniendo episodios de alimentación impulsiva.

El rol de los alimentos va más allá de simplemente satisfacer las necesidades fisiológicas; influye en cómo las personas viven sus emociones, gestionan el estrés y se vinculan con ellas mismas y con otros. Ajustar la dieta no solo se trata de elegir nutrientes o evitar productos ultraprocesados, sino también reconsiderar el valor emocional y social asociado al acto de comer, reconociendo que cada decisión nutricional puede ser un avance hacia el equilibrio, la claridad mental y un bienestar emocional sostenible.

Por: Fatiha Lema
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